Una de las cosas que mi novia y yo habíamos planeado al mudarnos a Barcelona era visitar otras ciudades de Europa y París era visita obligada; sobretodo porque «Viajes Esteya», la guía parisina del tercermundista impresionable, nos había invitado a visitarla en tan idílico y aspiracional lugar. Lo que en un primer intento había resultado imposible a causa de una nevada destructora de sueños y saboteadora de planes, por fin pudo lograrse. Fuimos a París, y si me lo permiten les quiero compartir por qué para mí en esta fugaz e ignorante experiencia, a esta ciudad no queda más que odiarla.
París te hace sentir pudiente por poder visitarla aunque sea unas horas, al menos para mí que soy güero de rancho mexa. Eso hasta que ves los precios de cualquier cosa, es cuando todo toma otra maldita dimensión. París es tan cara que hace que duela el autoestima, pero cuando ves la ciudad lo entiendes porque, pretender que París sea barata, es como querer cortejar a la hija de Peña Nieto y creer que tienes algún futuro que ofrecerle con tus puntos del Infonavit. Por lo tanto ir a París y creer que vas a San Antonio de compras, seguro será tu primer chingadazo (obviamente yo lo veo así porque soy un mojado jodido, pero para los emperadores y magnates que lean esto, seguro será como comprar bolsas de garbanza en el tianguis).
Odias París porque en cuanto llegas al centro, te das cuenta que debiste llevar pañales y muchos, porque en cada esquina te cagas con sus monumentos y sus edificios. La odias porque si careces de elegancia como yo, el entorno lo acentúa a un nivel de pordiosero de terminal de autobuses. Porque el 90% del tiempo no te percatas que tienes cara de venadito lampareado y el 10% restante, ya te vale madre y la cara de idiota sorprendido la aceptas como tu constante. Lo odias porque cuando dices que vas a París en Facebook, es cuando te dan más likes, seguro porque entras en la mamadora lista de aquellos que “conocen París” aunque, creo nadie puede jactarse de conocer esa hermosa chingadera a menos que haya vivido ahí por lo menos un año.
Odias París porque pone en duda la belleza de cualquier otra ciudad. Porque una ciudad tan impresionante con más de 2000 años de historia seguramente está edificada sobre la opresión de muchos otros pueblos, la colonización, el saqueo, la injusticia y la opulencia en un mundo donde hay familias que viven un año con la tarifa de entrada a la Torre Eiffel; y la odias todavía más porque, aunque sabes eso, terminas por ignorar ese hecho y continúas sacándote selfies con tu cara de idiota mientras dices: “¡no mames eso sale en la de Amelie!”.
Odias París porque ahí tus fotos por fuerza salen chingonas, lo que te recuerda que en cuanto te vayas seguirás con tus fotos pinches. La odias porque te verías más “cool” diciendo que la detestas, ya que está muy choteada o muy mainstream y tú eres un viajero de esos que van a lugares vírgenes como guerrillero y no a ese cursi cuchitril turístico sobrevalorado sueño de sirvientas telenoveleras. La odias porque hace que la gente presuma “pff no mames wey, yo voy a París cada año desde que era niño” aunque esa misma gente viva en Silao y diga “no olvides visitarte norte deim”.
Yo estuve un fin de semana en París, yo que fui registrado como nacido en Lerdo Durango, ahí donde existe un festival llamado “el Lerdantino”, donde las calles las limpiaban los infames zopilotes del boulevard Miguel Alemán, y en su cementerio no está enterrado ni Jim Morrison, ni Edith Piaf u Oscar Wilde sino mi tía Concha. Pero reflexiono que ser legalmente Lerdense y no Parisiense, es parte de un plan divino ya que si así soy insoportable, naciendo en París sería inconmensurablemente inmamable.
Siendo así y viniendo de donde vengo, puedo asegurar que mi opinión acerca de esta ciudad, carece de toda autoridad y credibilidad. Solo puedo decirles que al menos una maldita vez en su vida tienen que ir a París; aunque la neta yo la odié.
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