Un día el niño gordo quiso correr. Parte 1 de 3: La bendita apuesta.

« ¿Por qué demonios la gente corre? ¿están locos? ¿qué caso tiene? ¿por qué les gusta sufrir de esa manera? Yo no sé correr, a los 3 metros me canso y además, pues ya saben, correr te chinga las rodillas» ». Era lo que siempre decía y aún así aquí me tienen, de madrugada, sentado en el escusado, con los chores en los tobillos, los pezones enmicados; pensando que después de desalojar el colon, tendré que barnizarme toda aquella zona donde el pelo se encrespa y trataré de encontrar el valor para que, en vez de volver a la cama con la dignidad intacta, me disponga a salir a correr…

Mi difunto padre corría, cada domingo o al menos la mayoría; vestido con un outfit mezcla de extra de video de Run-D.M.C. y vacacionista chilango en el Acapulco de los 70’s. Al parecer lo disfrutaba, era parte fundamental de su ritual dominical el cual consistía en, después de correr, ir por menudo para el desayuno y por la tarde visitar a la abuela para comer o nada más para saludar; básicamente ser señor en domingo. Alguna vez quiso involucrarme en su rutina deportiva pero eventualmente se resignó a que yo solo correría para no quedarme sin tragar la mayor cantidad posible de conchas cada vez que traían pan dulce a la casa. Quizás por eso él permitía que mis abuelos maternos nos llevaran a misa todos los domingos después del desayuno, tal vez era su versión del “plata o plomo”; « ¿no vas a ir a correr conmigo? perfecto, chíngate a tu abuela cantando a toda pechuga «…qué alegría cuando me dijeron vamos a la casa del señor…»; entre una selección de lo más inmamable de la sociedad pseudo burguesa de mi colonia». Y luego me pregunto ¿por qué sufro de síndrome de depresión dominical?

En las pocas veces que de alguna manera mi padre logró que lo acompañara a correr; ya estando ahí, en el Parque Victoria de Lerdo, sede de su hobby deportivo dominical, donde está el célebre monumento a la madre y donde se encuentran las «Nieves de Chepo» que pusieron a esa ciudad marginal en el mapa; me envolvía una sensación muy agradable de nuevos comienzos y trascendencia generacional; como si mi vida fuera a tomar un giro hacia la virtud, pero no, todo caía por su propio peso en cuanto daba los primeros pasos torpes y descompasados que seguro hacían que mi peinado de Benito Juárez se sacudiera dándome ese estúpido aspecto bobalicón, precipitado y toromborolero propio de todos nosotros los que no nacimos para el deporte y que nos vemos de la verga cuando nos agitamos. Simplemente no podía correr, mantener un ritmo en el trote en sincronía con la respiración me era imposible, – ¿cómo carajos hay gente que puede darle una vuelta completa a este parque sin que el corazón le estalle? – Pensaba mi yo del pasado repleto de colesterol infantil, mientras me chingaba con semblante derrotado unos «hot cakes dólar» en el Martin’s, la versión lagunera del restaurante Vip’s.


 

Logo antiguo de Nevería Chepo de Cd. Lerdo Durango, México.

Monumento a la madre en el Parque Victoria de la Ciudad Lerdo Durango.
Monumento a la madre en el Parque Victoria de la Ciudad Lerdo Durango.

Y así pasé toda mi infancia, adolescencia e inicios de adultez; negándome a la posibilidad de que mi organismo fuera capaz de sostener por más de 5 minutos un paso siquiera cercano a lo que se consideraría trotar. Eventualmente bajé de peso pero, quizás no tanto como resultado de la actividad física, sino posiblemente debiéndose a una vida estudiantil de malpasadas y poco presupuesto; así como a mi gran cualidad de poder cagar hasta 3 veces al día.

Podrían atribuírselo a la información genética pre-programada o al cliché más básico, pero llega un momento en la vida que las primeras crisis de la mediana edad afloran y los hombres comienzan a buscar conquistar morritas veinteañeras con baja autoestima, se tatúan o bien, surge la necesidad de convertirse en Biker, ya saben, ese personaje de dos vidas: una totalmente convencional y carente de sentido, pero que se soporta gracias a la segunda; la ruda y peligrosa, de esencia anarquista deslactosada y rebelde dominical que se desvela cuando se disfraza en cuero, cráneos, y fuego; «haciendo gritar el asfalto» en su estúpidamente ruidosa y choteada Harley Davidson, rodeado de su «club», una palomilla de señores chichones, malencarados y uniformados bajo un nombre ñoñísimo como: los «Satan’s Gang» o “The Demon Clan” (jajajaja no mamen son oficinistas, dentistas y gerentes de tiendas de autoservicio). Y en este mismo tenor habemos quienes no contamos con el sex appeal, la esencia «peligrosa» o el dinero suficiente para desahogar nuestras insuficiencias y vacíos propios de la patológica negación a envejecer y tenemos que arreglárnosla desarrollando una inquietud malsana por «devorar kilómetros» corriendo; donde toda noción de la vergüenza, el estilo y el caché, si alguna vez se tuvo, se disipa totalmente. Supongo que es algo similar a cuando las mujeres comienzan a llevar el pelo corto y a usar viseras horripilantes. Y pues ni hablar, digamos que si fuera mujer, tendría la visera más culera del grupo de las del desayuno de los miércoles. Pero ¿cuál fue el factor decisivo que lo desató todo?

Tabla de ganancias por marca de la industria del "chavorruco". Tabla parodia.
La industria del chavorruco y la crisis de la mediana edad.

La bendita apuesta

Se me ocurrió incorporar «bajar la panza» a mi clásica y muy choteada lista verbal de propósitos de año nuevo, cosa que fue escuchada por la que en ese momento era mi compañera (sexy) de trabajo y que ahora es mi novia (más sexy) con la cual estoy comprometido ante las ultrajadas leyes de la aún más ultrajada república del «¡échale chile, no seas joto!»o sea México pues. Pues bien, ella me retó a que no valía madre como persona, que no era capaz de alcanzar ninguna meta significativa y que estaba destinado a sucumbir ante la tentación de seguir expandiendo mi ecuador y contrayendo mi cuello para volver a mi pasado de infancia porcina y de días de «me voy a meter a la alberca con camiseta no por pena a que vean mis tetillas de niña de catorce años, sino porque ’hace mucho sol’»; esto no solo porque no creyera en mis aptitudes físicas, sino porque es un propósito propio de gente de lo más básica, – todos prometen la misma idiotez y nadie la cumple – argumentaba ella con cara de total incredulidad.

La apuesta consistió en que yo no sería capaz de disminuir en 3 meses, 10 cm de mi cintura de señor sentado. Si lo lograba, ella me pagaría un varo y si no, pues yo se lo pagaría a ella; así de sencillo y a la vez tan complicado de lograr debido a mi sedentarismo de oficinista no sindicalizado.

Esto se trataba de algo más que una apuesta monetaria, era un reto de dignidad, una prueba de honor y fuerza de voluntad. Y así, escaso de satisfacciones en la vida, me propuse replantear totalmente mi forma de atacar el problema de mi aguado y resignado estado. Mi frágil autoestima no se podía permitir perder. 

“Ante al hipopótamo, el manatí se siente salmón»

Noté que llegamos a un punto en el que cuando estamos en el entorno laboral, al menos en el de una oficina, el sobrepeso está normalizado hasta cierto punto; son pocas las personas que estarían en una situación de peso sano o ideal, y son aún menos las que realmente están en forma. Y debido a que en general todos somos unas reses, no notamos que en realidad estamos gordos y nos percatamos aún menos cuando en ese mismo entorno están aquellas benditas personas cuyo porcentaje adiposo ya le tiran a lo Morbid Angel, algo así como «Ante el hipopótamo, el manatí se siente salmón» es por eso que el mejor accesorio para que una persona gorda luzca más delgada, no es una prenda negra y una faja, sino la compañía de una persona aún más gorda, mismo caso para la fealdad, para la pobreza y para la ineptitud; en realidad para cualquier deficiencia humana, porque las personas somos muy mierdas.

En fin, pues yo así todo manatí, aún y cuando era portador de un cuerpo blando y lamentable, no me sentía tan perdido, de hecho «hacía ejercicio». Iba al gimnasio y llevaba años yendo, y con eso me refiero a ir un mes, faltar 2, retomarlo por 2 semanas y dejarlo por otros 4 meses más; con nulos resultados por supuesto, autoengañado completamente bajo el argumento de: «…es que no mames ¿a qué hora hago ejercicio si trabajo todo el día?, no tengo tiempo» (ahh pero sí me chingaba unos dos capítulos diarios de 3 series que veía simultáneamente). Por lo tanto, después de aceptar que nunca estaría mamado y que con ese método no podría aspirar más que a un cuerpo de vigilante de Elektra, decidí, contra todos los traumas infantiles anteriormente expuestos, intentar ganar esta bendita apuesta dejando de llevar una dieta de niño sin la supervisión de un adulto responsable y, claro que sí, con mi arma secreta: correr.

Y así nomás, sin tener ni puta idea de nada, un día decidí salir a correr sin mayor preparación, ni temor de dios y con una alta dosis de inconsciencia. Ante una programación mental de postergación, pretextos, y alto índice de abandono de propósitos, me enfoqué en que mi único objetivo en ese momento era comenzar. 

«Mi único objetivo en ese momento era comenzar».


A continuación comparto una muy humilde serie de recomendaciones fruto de todo lo que aprendí a través de la noble metodología de «la prueba y el error”; así como buscando en internet, (esa fuente inagotable de conocimiento y desinformación) y mediante el ejemplo físico y/o virtual de gente mucho más capaz y experimentada que yo. El (des)orden en que las presento obedece a mi proceso personal de aprendizaje y a mi (in)experiencia personal. 

Nota: Con esto no quiero que se asuma que considero poseer la mínima autoridad, credibilidad, o ser merecedor de confianza alguna como para asesorar a alguien acerca de cómo iniciarse o desarrollarse en el running o cualquier otra actividad. Esto simplemente es un compendio de experiencias que les comparto y que confío en que, si alguien llegara a leer este texto, tendrá el suficiente criterio de tomar lo que les pueda ser de utilidad o en su caso, desechar todo y disfrutar a costa de mis ganas de querer llenar mis vacíos existenciales y mi sed de algún tipo de logro personal, aunque dicho logro sea meritorio únicamente para mí.


1. Intenta correr 10 minutos sin parar y sin morir.

Como ya antes lo mencioné, uno de mis principales obstáculos era mi incapacidad para poder sostener el paso, o como mis estimados amigos de la pubertad lo dijeron alguna vez de una manera lapidaria: «¡pinche vato marrano, te bofeas devolada!» Supuse que para que el correr pudiera tener alguna efectividad en mi apuesta, debería desarrollar la capacidad de realizar dicha actividad por más de 3 minutos.

Así pues, tomé mi teléfono celular y activé el timer con 10 minutotes de postura jorobada y comisuras blancuzcas y pastosas. No podría decirse que era una gacela o si quiera que estuviera trotando, porque mi velocidad era la misma que si me encontrara caminando medianamente rápido, pero eso sí, yo sudaba, movía mis brazos y chapoteaba en el asfalto mis otroras pies planos, como si odiara el suelo que pisaba (abajo video referencial de algo similar a mi técnica de running). Lo había logrado, 10 minutos ininterrumpidos, había dolor de caballo (o si eres un médico eminente lo llamarás flato) y un saborsito a pre-vómito pero supuse que era normal (¿o no?).

2. …¡Plaaaaan dentaaaaal! Lisa necesita… tenis.

Al día siguiente me sentía un campeón en construcción, pero bastante dolorido, el hecho de que correr me haya provocado un cuerpo dolorido significaba que mi condición física era muy lamentable, pero ya saben hermanos puercos, “no pain no gain». Lo que me preocupó fue que las rodillas y los tobillos me dolían considerablemente; se lo atribuí a que ni siquiera había reparado en primero adquirir un calzado adecuado para mi nueva vida de endorfinas y mocos secos. No es que fuera tan estúpido para no saber que para correr se requieren tenis (zapatillas deportivas) especiales, pero sí lo fui para no preveer que correr con los tenis que en ese momento tenía, unos Vans bien culerotes (según yo de baterista, homenaje a otro más de mis sueños muertos de la infancia), podría hacer que en cualquier momento tuviera una lesión que le diera en la madre a todo mi plan maestro. Notaba que al correr en asfalto lo resentía mucho, más que cuando lo hacía en caminadora, por cierto, nunca había usado una caminadora. Usar esas máquinas tenía sus ventajas, la primera es que son muy suaves al pisar, se nota inmediatamente después de correr en asfalto, el impacto era considerablemente menor y resultaba menos dolorido al día siguiente, otra ventaja es que no hay viento que genere resistencia, por lo tanto, el esfuerzo colateral por el viento es nulo, y por último, podría decir que es mucho más fácil llevar un paso constante. Lo que nos lleva a las desventajas. Si uno pierde el paso en una caminadora puede morir al salir proyectado como gargajo mañanero de anciano con reflujo, otra desventaja es que si es una caminadora de gimnasio, siempre habrá un bastardo usando la máquina, o esperando a que dejes de utilizarla mientras ve tu lamentable técnica de corredor; y por último, correr en esas madres es tan aburrido como ir a cagar sin celular. Estás ahí descosiéndote pero sin avanzar una chingada, es como tener un trabajo sin futuro, lo que a la larga puede provocar que tu alma se seque y cometas suicidio, y pues yo ya iba a diario a una oficina, esa experiencia ya la tenía cubierta.

«Correr en esas madres es tan aburrido como ir a cagar sin celular».

Cuando el dolor de tobillos y pies, fue mayor que la desidia me decidí a comprar otros tenis, compré unos tenis Nike baratones y que después supe, tampoco servían de mucho, pero en la lengüeta decían “First Run” y yo pensé: “Son para vatos que no le saben tan chido», es como si me hubieran llamado para encontrar un hogar en mis pies de tamalito de dulce. Ya estando ahí me compré también unos shorts de la misma marca, ¡la mejor puta inversión de mi vida! esto por su calidad y durabilidad (aún los tengo y sin pedos), además importantísimos porque tenían una sujeción testicular de campeonato, lo que evitaba que orinara espuma por egg shaking después de mi vigorosa rutina, o que eventualmente desarrollara un caso temprano de hiperextensión escrotal (a.k.a. huevos colgaos) por campaneo. 

3. ¿Tan estúpidos somos que ni respirar sabemos?

Armado con mis tenis y mis shorts pude ir evolucionando, al cabo de un mes ya me encontraba en la meta de los 30 minutos. Poder trotar por 30 minutos sin detenerme para mí antes era impensable, me sentía todo un Eliud Kipchoge lagunero/queretano, aún corría muy lento y algunas veces no llegaba a ese tiempo por el flato o llegaba sin aliento, por lo tanto mi siguiente paso fue enfocarme en la respiración. 

Me puse a investigar en internet sobre técnicas de respiración para trotar, y claro, no se trataba de solo aspirar y escupir aire a lo imbécil, los dioses kenianos y rarámuris seguro se lamentaban de mi absoluta ignorancia. Para mantener un paso óptimo había que tomar en cuenta 3 factores: la respiración, llenar y vaciar totalmente los pulmones en cada inhalación y exhalación; la cadencia,  que se refiere al número de pasos que damos para recorrer una distancia determinada y la zancada es decir, qué tanto abrimos las piernas al dar un paso. Estos tres factores deben estar en sincronía, como si se tratara de una locomotora a vapor. Esto es algo que todo animal haría instintivamente, pero nosotros homo sedentarus, somos unos imbéciles que olvidamos hasta como respirar, por lo tanto tuve que aprender y practicar. Esto es clave para que uno no muera ya sea de un ataque al corazón o asfixiado como charalillo fuera del agua. No me meteré muy a fondo en esto, porque es un tema técnico más complejo y yo solo escribo para provocar sonrisas y pena ajena. Pero respiren chido, reaprendamos a respirar, quédense con eso. 

Este video me ayudó a comprender lo anterior y la importancia del uso total de nuestra capacidad pulmonar para lograr incrementar la resistencia, pudiendo así correr más rápido y por más tiempo. Es un poco gore pero es ciencia, así que no me crucifiquen. 

4. No solo de pan vive el hombre…

Recuerdo el momento, corría cuidando mi sincronía respiro-caden-zancadosa recordando esos pulmones de caballo como se inflaban en mi pechuguilla menonita, cuando de repente sonó mi timer de los 30 min, aquella barrera hasta ese momento infranqueable; y es ahí cuando, con el poder de «Eye of the Tiger» sonando en mis audífonos (la neta era «Total Eclipse of the Heart»), consideré que podría darme el lujo de desafiar mi pasado. De nuevo estaba en el Parque Victoria de Ciudad Lerdo Durango, ¡pero ahora era diferente, maldita sea!, ahora no me detendría; y decidí pasar la barrera de los 30 minutos. Así lo hice, seguí corriendo, rojo como gringo en playa mexicana y aunque por fuera estaba con los ojos desorbitados a punto del ataque, por dentro me encontraba en control y estoico. Mi timer llegó a los 45 minutos cuando decidí parar por mi bien, el bien de todos los presentes y el del personal médico de la Cruz Roja delegación Querétaro; quienes tendrían que recoger mis despojos en caso de que me estallaran las víceras al romper la barrera del sonido, o lo que sea que pudiera suceder, recuerden que estábamos en territorio desconocido.

¡Cuarenta y cinco perros minutos! ¡chíngate esa Chepo, tú y tus deliciosas nieves de garrafa de frescos y diversos sabores, ahora me la pelan!

Lo sé, para ustedes, grandes diosas, diosos y dioses del fitness, 45 minutos de trote los agitaría menos que una desganada chaqueta rompeinsomnios, pero para mí era el puto Valhalla; y ahí estaba, hasta que mis piernas, no precisamente de vikingo, me temblaban como si me hubiera atacado la poliomielitis de la que me libré en mi infancia gracias al programa de vacunación infantil del gobierno federal bajo la administración de Miguel de la Madrid. Era evidente que mis piernas no podían pagar los cheques que mis ímpetus firmaban (Top Gun is in da haus bitches). Aquí entendí que era necesario hacer algo para poder fortalecer mis piernas ”siempre inchamorradas nunca ininchamorradas”.

Además de estirar adecuadamente antes y después de mi sesión corredora. Las sentadillas, desplantes y extensiones de biceps y cuadriceps femoral eran un buen comienzo, así como una adecuada dosis de estiramientos más complejos. Incorporar algo de yoga a la rutina hubiera sido ideal, yo en ese momento no lo hice pero después… después…

Los tres meses de mi apuesta llegaron, gracias a todo el proceso metamórfico de neo corredor y al complementarlo con una estricta dieta baja en chingaderas deliciosas, (de la cual no escribí en este humilde texto porque no mamen, no soy Sascha Barboza) pude lograr que el triperío se redujera en 11 cm y mi peso bajara 10 kilotes. Ganando no solo el varo que aposté con mi sexy compañera de trabajo, sino eventualmente su corazón; reafirmando la hipótesis de que no es que los hombres seamos feos, sino huevones.


Imagen de mi antes y después de la apuesta.
Imágenes representativas de mi antes y después con un 99.94% de fidelidad con la realidad.

-Bueno ¿y luego? ya compré chores y tenis, ni modo de colgarlos perpetuamente. ¿Y si me escribo a una de esas carreras de fin de semana, donde te dan tu medallita baja en estética y buen gusto, pero alta en satisfacción y significado? ¿Qué tan difícil puede ser?

La respuesta a eso la contaré después. En ese momento el objetivo estaba cumplido y con creces, y una nueva afición había surgido.

Al final sentía que lo que había logrado no estaba nada mal para un ex niño gordo y deschamorrado que no quería ir a misa, ni dejar de comer hot cakes. Y que cuyo padre no sabía cómo lograr que compartiera algo que a él lo hacía feliz.

Al fin se logró papá, y desde entonces nunca corro solo…

Continuará…

Deja un comentario

Crea una web o blog en WordPress.com

Subir ↑