Crónica de una mañana cualquiera en enero del 2022. En las cercanías de Barcelona.
—¿Cómo amaneciste? Te noto con un poco de “moquera”.
—Sí un poco, pero es normal, es por el clima (hace frío con humedad caladora).
—Ah, qué bueno. Ya sabes que en estos tiempos a uno le entra la paranoia de los contagios.
—Nah, no es eso.
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—Mmmh, oye sabes qué… creo que sí me duele la cabeza…
—¡Mierda! Voy a la farmacia por una prueba, hay que salir de dudas.
Mientras esperaba que la prueba nos develara los secretos virales que guardaba el par de fosillas nasales de mi morrita, —las cuales, por cierto, tuve bombeando y borboteando aire durante 6 horas a escasos 20 cm de mi enmarañada y modorra jeta hace apenas un par de horas en la amorosa comunión del pernoctar matrimonial— pensaba: “¿qué será menos pinche, que esta madre dé positivo o negativo?» Me explico, si la prueba da negativo, pero hay síntomas, realmente uno no puede cantar victoria. Por lo que se dice, hay una situación con las pruebas caseras de detección del virus que llamamos “de antígenos” (como si supiéramos realmente qué mierdas son los antígenos, pero que como pasó con “los algoritmos”, son términos que adoptamos con esa familiaridad bastarda de la información a medias, del conocimiento extremadamente superfluo, pero tan manoseado que se usa pa’ todo sin realmente explicar nada, pero que nos hace sentir un poco más “expertos” en el suceso de moda); bueno, pues la situación con estas pruebas de antígenos es que no son infalibles, al parecer, son muy aficionadas a dar falsos negativos, ya sea porque el virus aún no amaina chido y juerte en el cogote del paciente o porque uno la caga tomando la muestra, entre otras innumerables causas. Por lo tanto, si diera negativo, pero los síntomas continúan y se intensifican, tendríamos que hacer una prueba PCR (otro término feliz) —que son esas pruebas que te escarban el cerebelo a través de la nariz—, pero esas madres tardan días, así que esa sería la vía de la fea y encajosa incertidumbre. Pero, por otro lado, si la prueba rápida casera diera positivo, al menos sabríamos que el nombradísimo y microscópico destructor de universos llegó a casa, que habrá que aislarnos como leprosos con halitosis y confiar en que las vacunas y las demás atenuantes de edad y de las propias características de la variante, cumplan con lo que se pregona en los medios. Además, esto también significaría que sería cuestión de tiempo para que yo comenzara también con achaques, porque aceptémoslo, si dicen que esta madre se contagia más que la guácara en un kinder, no hay forma de que yo salga intacto de la danza viral. Pero ¡hey!, si he de caer contagiado, lo hago agradecido y de buena cara por ser contagiado por mi amada y no por un desgraciado y desconocido Manolo cualquiera con quien me crucé en el metro o en el bus donde me transmitió su ponzoña. Porque de eso se trata el hijo de perra matrimonio, el vals nupcial no se baila solo en la boda, sino se baila juntos ante todos los pedos que la vida te escupe. (Bueno nunca tuvimos vals nupcial, pero el baile con los pedos de la vida, ese sí ha sido vasto pero feliz).
Mientras todos los escenarios pasaban por mi mente y mi morra hacía lo propio, la prueba que de manera casi inmediata había mostrado la franja de control, y en la franja T hasta ese momento no había tenido actividad, lenta muy lenta y tímidamente comenzaba a susurrar algo. Yo me asomaba de diferentes maneras y en diferentes ángulos para ver si percibía más definición o estaba siendo presa de la sugestión —que dios me ampare si esto hubiera sido una prueba de embarazo, porque si así estaba estresado, con una prueba de embarazo estaría sudando diarrea—; y así mientras entrecerraba los oclayos y comparaba el estuchito de la prueba con la ilustración de las instrucciones, el susurro de la pequeña T cada vez era más audible y un “Ya valieron verga, amiguis” se manifestó en forma de una segunda línea, medio deslavadona, pero irrefutablemente presente.
—Estamos preñados con SarsCov2— pensé. Pero dije: “Mi amor, salió positivo”.
—¿Neta?
—Sí, mira… —Mientras le mostraba la prueba con las instrucciones para comparar—.
—(Carita de “pues ni pedo” + snif, snif).
Y así, llegó el Covid junto con la oleada de Omicrón.
¿Y ahora qué? ¿Quemamos la cama junto con nuestra ropa, nos bañamos en cloro y nos empanizamos con cal? No, necesitamos ver cuál es el protocolo oficial y dejar de escuchar sugerencias estúpidas de mi propia cabeza o de los demás.
Pues el protocolo, al menos en Barcelona, es el siguiente:
- Aislamiento para la persona que dio positivo por al menos 7 días, siempre y cuando al séptimo día ya no haya síntomas.
- Contactar al centro de salud correspondiente para que te digan cuál es la versión del protocolo de ese día.
- La Mascarilla (cubrebocas) es mi pastora nada me faltará.
- Paracetamol cada vez que sientas que la vida no vale nada.
- Registrar el contagio en el sistema de salud a través de una farmacia. Para que quede registrado en el historial médico (y supongo que para fines estadísticos también). Todo esto porque, ante la mega saturación de todo el sistema de atención médica primaria y lo venenoso de omicrón, ya no hacen PCR de confirmación. Básicamente se resume en: “Si usted dio positivo con prueba de antígenos, chinguesumadre, usted oficialmente tiene Covid regístrelo en una farmacia para que podamos anexarlo a los datos actualizados del fin del mundo y no venga a menos que se esté muriendo”.
- Proveer los datos de las personas con quienes has estado en contacto cercano en los últimos días, para que se comunique con ellos un rastreador y les diga que posiblemente les va a dar la moquera carrasposa también.
- Publicar en tus redes que te dio Covid para que todo mundo se entere y seas trendy.
- Estar abusao por si comienzas a ver al “Güerito Chuy” o a alguna figura divina, pa’ jalarte pal’ hospital más cercano antes de que te inviten al sueño eterno.
Como yo aún no mostraba síntomas y el mismo protocolo dictaba que no es necesario el confinamiento para quienes han estado en contacto con un positivo sin tener síntomas, pues me dirigí a comprar Paracetamol, hacer los debidos registros y a abastecer la alacena ante un inminente aislamiento matrimonial. Si el destino no me dio la capacidad de ser tu proveedor de estabilidad económica o emocional, al menos seré tu proveedor de pruebas de antígenos, tecitos, huevitos matutinos (me refiero al desayuno) y mielecita con limoncito… hasta que la posible aparición de síntomas me lo pueda impida —le prometí en mi corazón a mi dulcinea—.
Lo que sigue son varias dudas que a uno le atacan. Si uno tiene Covid, está más o menos claro qué es lo que se debe hacer. El pedo es cuando la pareja es quien está contagiada y uno no tiene síntomas: ¿Nos tenemos que aislar por separado? ¿tendremos que dormir en diferentes habitaciones para evitar la temida “carga viral alta” que se daría por seguir respirando virus mutuamente intensificando el cuadro? O más bien, ¿deberíamos asumir que es sumamente probable que ya me encuentre contagiado y por lo tanto ya vale madre todo y hasta nos podemos seguir dando unos bocinazos de quesadilla* hasta con aguacate?
*Bocinazos de quesadilla: Dícese de los besos que se da una pareja con constipación nasal, su nombre proviene del hecho de que, cuando la pareja se separa después del beso, se forman entre los involucrados sendos hilos colgantes de mucosidad que asemejan el queso derretido que cuelga entre la quesadilla y el bocado recién mordido. Bon appétit.

Pues al no encontrar información clara y/o fidedigna, hicimos lo que consideramos era más práctico y nos hacía medianamente lógica. Un esquema mixto de cuidado y valemadrismo resignado omicroniano que consistía en:
- Usar la mascarilla entre nosotros lo más posible.
- Aislamiento total del mundo exterior para ella.
- Yo saldría únicamente para lo meramente esencial y lo haría con la mascarilla cocida a los cachetes y sin siquiera ver a los ojos a la gente, no fuera a ser que de un lagañazo les pasara la maldición del aro covidoso.
- Ventilaríamos las habitaciones cada vez que escucháramos a la parca afilar su guadaña por las esquinas de nuestra consciencia o bien cada vez que oliera a jerga de fonda.
- Por último, continuaríamos durmiendo juntos, porque aunque probablemente estuviéramos en alto riesgo de retroalimentación de covid (ya saben la carga viral), no vamos a ser de esos matrimonios que duermen en camas separadas. Ni que fuéramos matrimonio católico de los 80’s a partir del quinto año.
Pero lo que sí haríamos sería aplicar la técnica del ying yang; o bien del cabeza-pies, pies-cabeza. Que consiste en acomodarnos, ella como normalmente duerme, y yo dormiría con mi cabeza a los pies de la cama y mis pies a la cabeza de la cama. O explicado de otra forma, ella tendría mis pies al lado de su cabeza y yo sus pies al lado de la mía. De esta manera, según nuestra lógica, podríamos contraer párpado de atleta pero estaríamos a salvo del ronquido covidiano.O al menos estaríamos un poquito menos expuestos.
Nota: Los anteriores puntos en ningún momento son recomendaciones, solo cuento aquí lo que hicimos como testimonio personal sin afán de ser un ejemplo de lo que se debe hacer, cada caso es distinto y ni siquiera sabemos si esto que hicimos fue adecuado.
Pues bien, habrá que avisarles a los amigos y a la familia que estamos engrosando las filas de la estadística de la ola de contagios cuyo número ya perdí la cuenta. Pasa algo muy cagado con las personas que se enteran del infortunio que hoy hermana a miles de hogares en el mundo. En las recomendaciones y “ánimos” de los demás se proyecta el miedo que ellos mismos sienten: Hay quienes te dan ánimos con un optimismo catastrófico, como diciendo “todo va a estar bien, aunque también puede ser que se los cargue la verga” y hay quienes genuinamente lo ven como una enfermedad invernal más, así de irrelevante y pasajero; seguramente estos últimos son quienes en pellejo propio o de un cercano, ya pasaron el covid sin mayor problema. Al final, toda muestra de interés y apoyo se agradece sin saber mucho cómo responder más allá de un “gracias, ahí les vamos avisando cómo vamos”.
La primera noche debo confesar que sentía que cualquier medida me parecía una fantasía para negar la inminente realidad, y que al final los dos acabaríamos bien contagiadotes. En mi mente lidiaba con pensamientos como el hecho de que, todo mundo decía que era muy posible, que por los síntomas, mi morrita tuviera la variante Omicrón, que supuestamente era más leve y que se comportaba como “una gripa cualquiera”. Pero, por otro lado, a mí la ansiedad me enseñó que vale cualquier posibilidad para fantasear con los escenarios más catastróficos y horribles posibles, que una enfermedad no tiene palabra de honor, ni hacía promesas de que esto no pudiera tornarse en uno de esos casos atípicos que tantos sustos y tristezas han repartido por todo el mundo.
Pues ahí estaba por fin ese virus del cual se supone que nos estuvimos cuidando por casi dos años, que me debe innumerables mascarillas, 70 millones de lavadas de manos, incontables planes rotos, preocupación y varias tristezas. Ahora ese cabrón se había colado muy cerca, ya no estaba en el transporte público, en la calle, en los aviones o en los cines y cafés. Ahora estaba siendo atomizado por toda la recámara, usando a mi amada como nebulizador humano de alta gama, mientras yo yacía al otro lado del colchón, todo menso y vulnerable, durmiendo con él en la misma habitación; como si de un apestoso compañero de hostal se tratara.
¿Cómo desperté? ¿Esto que siento es ardor de garganta síntoma de Covid, o es resequedad consecuencia de mi puta manía de dormir con la boca abierta cual res degollada? ¿Será que hoy comienzo a manifestar síntomas? ¿Cuál es el periodo de incubación? ¿Esta flema es infecciosa o es de panza normal?
Y así cada noche, y así cada mañana.
—Pues no, al parecer hoy no será el día que manifieste síntomas. Todo parece estar en orden. ¿Tú cómo amaneciste?
—Mejor.
—¿Quieres un tecito?
—Chí.
A 7 días de que la prueba de mi morrita dio positivo, ella mejora cada vez, solo persiste una tos necia y dolor de garganta. Yo por mi parte sigo sin manifestar síntomas…
…Ya veremos mañana.
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