Engañosa dama es doña Decisión

“Conviértete en mí” (Introducción)

El 18 de diciembre de aquel fatídico 2001 que cambió el contexto global contemporáneo, nace en Los Ángeles, California, la hija menor del matrimonio conformado por la actriz, cantante y compositora Maggie Baird; y por el actor Patrick O’Connell. La pareja decide que, al igual que con su hijo primogénito nacido 5 años atrás, la pequeña niña sería educada en casa por ellos mismos. Fieles a su propia experiencia y formación, la pareja se inclina por fomentar en sus hijos el desarrollo creativo y la expresión artística. De esta manera, la actuación y la música se convierten en la leche que estas criaturas mamaban del virtuoso seno familiar.

Comparando un poco este modelo formativo con el que yo tuve siendo un típico niño mexicano clasemediero promedio, podría decir que el inicio de mi formación cultural y educativa —como la de muchos de mis contemporáneos y amigos—, había consistido en alimentar mi cerebro infantil por la televisión abierta mexicana de mediados de los años ochenta que se mezclaban con la programación por cable importada de los Estados Unidos. Todo aunado a los programas educativos propios de las escuelas de la época, plagados de visiones victimistas de la historia, el taladreo craneal de dogmas sesgados y repelentes del pensamiento crítico, así como con el adoctrinamiento católico formador de sexualidades ignorantes, misóginas, prejuiciosas, reprimidas y culposas.
Por el contrario, en el seno de la familia Baird /O’Connell, la cosa al parecer ha sido un poquitín distinta; la educación se basó en la natural y espontánea curiosidad infantil. Podría decirse que al más puro estilo del, ahora muy aspiracional, modelo educativo finlandés. 

Mientras que mi mente adolescente había sido aleccionada en la escuela sobre mi incompetencia ante las finas artes del álgebra y la geometría analítica, gestando un mar de limitaciones intelectuales auto-impuestas y algunas otras decretadas de facto por mis profesores. Por su parte, el sistema educativo Baird/O’Connell se coronó con el montaje de su propio estudio de grabación en casa, donde los hermanos dieron rienda suelta al genio creativo que los llevaría a que, con solo 17 y 21 años respectivamente, lanzaran uno de los álbumes más refrescantes e interesantes de la pasada década, el muy recomendable “When we all fall asleep, where do we go?” con el que, la ahora grotescamente famosa Billie Eilish y su ahora muy reconocido productor y hermano Finneas O’Connell, postraron en 20 uñas a toda de la industria musical anglo/mainstream; ganando 5 premios Grammy, lanzando dos giras mundiales y convirtiendo a la, aunque aún joven ya no tan pequeña, Billie Eilish, en una de las cantantes más populares, con más reproducciones vía streaming en todo el mundo; así como en uno de los iconos juveniles internacionales de la década pasada.

Me pregunto si la historia anterior habría sido muy distinta si los padres de estos precoces genios pop no hubieran decidido educar a sus hijos en casa. ¿Y qué pasaría si, en vez de ser un matrimonio de artistas, hubieran sido vendedores de Herbalife? Quizás los hermanos serían también unos vendedores de puta madre que desde la adolescencia formarían su propio esquema piramidal enganchando a millones de personas en nombre de la autosuperación y la fiebre por el emprendimiento con «actitud de tiburón»; o tal vez simplemente serían otro irrelevante par de hermanos adolescentes de la costa oeste de los Estados Unidos de cuya existencia no tendríamos ni perra idea.

¿Acaso el doble rol de los Baird/O’Connell no solo como padres, sino como “pedagogos” con una marcada inclinación artística, influyó también en la forma de ver la vida de los hermanos y sobretodo en las decisiones que los llevaron a enfocar totalmente su talento para alcanzar el éxito musical a tan temprana edad? Tal vez en algunos años nos enteremos de la propia boca de una Billie cuarentona que ella no quería ser una estrella pop, sino solo una “chica normal”, pero sus padres volcaron sus sueños y frustraciones profesionales en ella y en su hermano; presionándolos e imponiéndoles a manera de adoctrinamiento, una vida que, aún y cuando los llevó a los bellos brazos de la engañosa y seductora fama, al final ellos no eligieron.

Ilustración atribuida a Dakota McFadzean

Sería extremadamente simplista decir que el éxito de personas como los hermanos O’Connell —así como de muchos otros prodigios de la historia que a unos inspira y a otros, presas de la inclemente auto-comparación, deprime—; es solo producto de la genética, su entorno cultural y de uno que otro “chingadazo por su bien” propio del tan romantizado modelo educativo echaleganista y meritocrático; porque si así fuera, el éxito sería simplemente una receta metódica y estandarizable. Y por otro lado, sería el vehículo perfecto para que cada quien reniegue de forma auto-exculpatoria de las insatisfacciones propias:

“No es mi culpa ser un tipo mediocre, vulgar y frustrado cuyas decisiones se las dejo a mi pésima intuición y a la suerte. Lo que pasa es que me educaron viendo a Chabelo y sus catafixias”. —Podríamos decir—.

Es por eso que me gustaría aclarar que, por imperfecta que describa mi educación en aras de la vacilada de este paupérrimo pero entusiasta texto, debo decir que, tomando en cuenta los parámetros de la época y mi contexto de vida, fui más que afortunado y privilegiado por las oportunidades recibidas y heredadas por mis padres. Y ruego ante todo lo sacro que esto no se interprete erróneamente como un reniego. Ingratos, profanos, malquerientes y carroñeros serían estos dedos con los que escribo, si se me ocurriera cuestionar o juzgar, desde mi limitada perspectiva egocéntrica, la forma en que mis padres me educaron surgida desde sus posibilidades culturales, económicas, emocionales e intelectuales; y desde su particular nivel de consciencia emanado de la herencia de sus propios padres, de su propia formación y experiencia.

Dicho lo anterior, me aventuro a cuestionar:

¿Acaso nuestras creencias, nuestra religión, el lugar en donde vivimos, lo que nos gusta comer, nuestros estudios, nuestro trabajo, nuestra pareja (o soltería) y hasta nuestra identidad son consecuencia de una decisión propia y consciente; o se ha tratado de una serie de decisiones impuestas. O quizá todo es resultado de una serie de sucesos producidos por el contexto en el que nos tocó vivir?

Tal vez no nos hemos dado cuenta que las partes más determinantes de nuestra vida solo son pasos andados en caminos previamente señalados y con calzado ajeno. Como cuando de morritos jugábamos a ser grandes, poniéndonos los zapatos de nuestros padres, pero que sin ser plenamente conscientes de ello, crecimos sin nunca ponernos los propios.

Por tanto, me gustaría invitar a quien lea esto a imaginar y a reconocer para sí; a indagar y a escarbar un poco junto conmigo en la propia historia de cada uno, tomando de muestra mi breve y escueto ejercicio personal. Con el fin de tomarnos un momentito de sano “entretenimiento existencial” para preguntarnos si algunas de las cosas de nuestra vida que más nos definen han sido una decisión propia o ajena. Y así darnos cuenta de a dónde nos han llevado las consecuencias derivadas de estas decisiones y hacia dónde realmente queremos que nos lleven. O quizás nomás para recordar este desmadre cuando necesiten tener una charla amena en la fila de las tortillas.


Todos somos marionetas de nuestras influencias

Sin pretender presuntuosamente ir más allá de mi limitada capacidad de entendimiento, metiéndome en cosas tan complejas como el determinismo, la teoría del caos, o el efecto mariposa; me permito enfocar este embrollo multiversal con potencial de llevarnos a un brote psicótico/existencial, en un punto del cual creo que principalmente se desprende el orígen de nuestras decisiones: Las influencias.

Considero que el contexto en el que nos desarrollamos y quienes nos rodean marcan nuestro actuar de tal forma que la autoría de cualquier decisión termina por ser relativa, puesto que creo que no hay decisión que hayamos tomado libre del tufo de alguna influencia. Todo lo que percibimos y pensamos es alimentado por nuestro entorno y depende —o está limitado—, por nuestra propia perspectiva desde la que vemos las cosas, y esto ya de por sí representa un fuerte sesgo asentado en nuestros prejuicios, principios y convicciones construidas previamente.

Sería ingenuo (y mamador) pensar que el contexto en el que crecimos nunca plantó una semilla que más tarde germinó influyendo en alguna decisión trascendental, muchas veces se requiere de una profunda introspección y honestidad para realmente identificar las sanguijuelas que se nos han quedado adheridas a nuestros recovecos mentales, después de salir de un chapuzón en el fangoso estanque que ha sido nuestra niñez y adolescencia.

Sosteniendo el báculo de la osadía ignorante y bajo el manto de la falta del rigor científico, me atrevo a afirmar que lo que determina si una decisión es propia o ajena es el grado de influencia externa que se tenga en la toma de una decisión. Es decir, una decisión ajena tendrá una influencia externa total y una decisión propia tendrá una influencia externa menor, pero (en mi opinión) nunca nula. Y con esto no quiero entrar en un debate sobre el libre albedrío, simplemente es un reconocimiento pedorrón y somero de la muy cuestionable pureza de nuestras decisiones y la incapacidad de permanecer inmutables ante nuestro particular entorno que nutre nuestro bagaje cultural, familiar, laboral, etcétera; que, como escarabajillos peloteros, vamos por la vida empujando en forma de bola de bombones intestinales.

El reconocimiento de nuestras influencias en ocasiones nos enfrentan con realidades que negamos, puesto que muchas veces tomamos decisiones basadas en la opinión o deseos de alguien más, sin necesariamente haber sido sometidos abiertamente por una persona; sino más bien producto del “fino” acto del chantaje, del adoctrinamiento o de un entorno sutilmente represor —como cuando no permitían que un niño jugara con “el hornito mágico” o una niña con su tablita de la Ouija; seguramente grandes reposteros y maestras espiritistas se perdieron por prejuicios estúpidos y visiones retrógradas—.

Cuando hemos sido capaces de estar conscientes de un alto grado de influencia ajena en decisiones que siguen determinando nuestra vida actual, lo único que nos queda es optar por perpetuarlas, o en caso de que sean contrarias a nuestros ideales actuales o de nuestros objetivos futuros, romper con la imposición y rebelarnos. Esto siempre y cuando estemos dispuestos a encarar las consecuencias de esa posible “rebelión luciferina”.

Hay condiciones que están indudablemente fuera de nuestro alcance. Por ejemplo: nuestro género, el orden de nacimiento entre nuestros hermanos y, al menos hasta ahora, las características físicas y genéticas con las que nacemos, entre muchísimas otras. Sin embargo, hay cuestiones que nos fueron impuestas, muy posiblemente por nuestros padres o tutores, desde antes de nacer. Algunas tan superficiales como el hecho de que nuestra primera prenda tendría un trenecito o el logo de la bandita de moda —en caso de tener como padre o madre a alguien de adolescencia rebelde y “locochona”—, y otras más trascendentales que sin duda produjeron importantes condiciones que impactan en nuestra actualidad y nuestro posible futuro, como el lugar en el que nacimos, nuestra religión o hasta nuestro nombre.

Pero, ¿en qué momento se empieza a trazar nuestro camino y en qué momento tomamos el lápiz para continuar trazándolo nosotros?  Esto puede ser tan metafísico o tan mundano como cada quien vea su realidad. Hay quienes podrían decir que nuestra misma existencia está determinada por un plan maestro del destino como si éste fuera una entidad eterna, etérea pero implacable y más allá de nuestra comprensión. Y también hay quienes podrían decir que nuestra existencia se consolidó simplemente desde que se decidió que no quedáramos untados como “mermelada de gameto” en un papel sanitario dentro de algún basurero de algún recinto de caricias alquiladas por hora. Y es que, de por sí, identificar el inicio de las decisiones ajenas podría ser así de relativo, identificar cuándo comenzamos a decidir “por cuenta propia” podría ser más borroso y engañoso que el género de su majestad excelentísime Tilda Swinton.

Por ejemplo, sentimos que nuestras amistades son la familia que nosotros elegimos, pero ¿qué tan cierto es esto? Aunque cada quien escoge con quién entablar una relación de amistad o de pareja, lo cierto es que las decisiones ajenas, a veces ponen el escenario para que las cosas se den. Son nuestros padres quienes al elegir nuestra escuela o la colonia en donde vivimos, indirectamente están eligiendo con quiénes entablamos nuestras primeras relaciones sociales, o al menos están armando el escenario para que ello se dé. Lo mismo sucede con la mayoría de las demás relaciones personales. Quizás ya no son nuestros padres quienes nos escogen los rumbos de la vida, pero quizás ese poder se lo cedemos a un empleo o unimos el círculo personal de una pareja o de nuestros colegas con el que hemos formado previamente.

Al final toda decisión “propia” o ajena, resulta en una cadena de consecuencias que impacta, a veces de una manera más superficial y otras más trascendental en nuestro camino y en nuestro presente. Es debido a las consecuencias de nuestras decisiones que podemos rastrear el impacto que éstas tienen en el estado actual de nuestra vida, y cómo han puesto en nuestro escenario diferentes variables a considerar para abrir un nuevo eslabón en la cadena de caminos de nuestra vida. Conocer la procedencia de “nuestras” decisiones y la cadena de consecuencias en las que éstas han derivado para construir así nuestra actualidad, es lo que hace divertidamente esclarecedor o desolador un ejercicio como el que a continuación presento.


Breve mapeo existencial con motivos nada científicos, ni replicables; pero hecho con mucha buena onda.

A continuación haré un pequeño y superficial análisis de lo antes expuesto en mi propia «cadena de vida».

Pero primero que todo, debido a que estudiar todas las malditas decisiones que alguien toma en su vida y su impacto, sería extremadamente complicado, y sin duda nos llevaría a un brote de TOC; me permitiré dividir el análisis en áreas de influencia. Es decir, grandes campos de nuestro contexto de vida que no solo se ven afectadas por nuestras decisiones (o las de alguien más), sino que también influyen en las decisiones que tomamos; como si se trataran de entes simbióticos existenciales en constante mutación a los que alimentamos, pero que también nos alimentan. Como si nos revolcáramos en una danza eterna donde a veces éstos nos guían y otras veces nosotros llevamos.

¿Y cuáles serían esas áreas de influencia fundamentales que impactan en la existencia de un tipo común y (muy) corriente como yo? ¿Qué agentes de influencia podrían ser los más determinantes en la vida para saber cómo mierdas llegamos aquí y hacia dónde perras vamos?

Richard Florida en su libro “Las ciudades creativas: Por qué dónde vives puede ser la decisión más importante de tu vida (Empresa)”, expone:

“Hay tres grandes decisiones en la vida de las personas que condicionan su felicidad: dónde vivir, qué hacer (o a qué dedicarte) y con quién compartir tu vida.”

Así pues, tomaré lo que expone el buen Richard como una base sobre lo que podrían ser los agentes de influencia más importantes para decidir una ruta propia sobre el presente y el futuro de una persona, pero quitándole la muy utópica y subjetiva carga emocional de “la búsqueda de la felicidad”. Pienso que analizar también la influencia de estas mismas áreas en retrospectiva, así como el reconocimiento de la autoría de las decisiones que dieron pie a cada etapa determinante en mi vida pueden darme una imagen más clara de quién ha llevado el timón de este humilde, pero digno, catamarán de mi existencia.

Tomaré entonces las 3 áreas de influencia del joven de apellido Florida, e impulsado por mi ingenua pretensión de tener una maldita idea de lo que hago, me permitiré agregar una cuarta.


Las cuatro cuerdas de la marioneta

• La ciudad o lugar de residencia. El lugar donde uno vive establece un contexto cultural muy importante que sin duda influye en las oportunidades laborales y educativas de las personas. Establece dinámicas sociales, laborales y de ocio que impactan en todos las demás variables de influencia. Sería ocioso y más innecesario que discutir la importancia del queso en una quesadilla (paren de mamar, lleva queso. Ya tráguensela y cállense), ahondar en las diferencias en la vida entre el habitante promedio de la ciudad de León (Mx) o el de la ciudad de Lyon (Fr). 

La ocupación o trabajo: Y con esto no me refiero únicamente a un empleo o una carrera profesional, sino a cualquier actividad en la que se le invierte tiempo como la ocupación principal a través de las diferentes etapas de la vida. Podrían ser los estudios desde el jardín de niños, hasta universitarios y posteriormente la actividad laboral; o incluso, un año sabático de retiro espiritual e introspección existencial.

Círculo personal: Aunque esta área de influencia podría referirse exclusivamente a la pareja sentimental, me gustaría incluir también a las personas de quienes nos rodeamos como parte de nuestro desarrollo social e interpersonal: padres, familiares, profesores o mentores, amigos, compañeros de estudios y de trabajo. Personas con las que, quizás no intercambiamos fluidos, pero que innegablemente influyen en nuestra vida de muchas formas y con quienes nos embadurnamos mutuamente de intereses, formas de pensar, filias y fobias; reflejándose en nuestras decisiones y en nuestra idiosincrasia.

• Creencias o idiosincrasia: Me atrevo a incorporar esta variable que me parece igualmente importante como interesante. Aunque quizás demasiado subjetiva, pero necesaria para sentir que tenemos alguna honrosa pizca de jodida voluntad propia sobre nuestra borrega vida. Y aquí meto tanto a la religión, como a los valores que vamos construyendo; creencias, filosofía propia, etc. Es decir, el cúmulo de ideas que forman nuestra brújula moral o ideológica, que (si tenemos la suficiente vergüenza que nos permita tener algo de congruencia) se ve reflejada en nuestro actuar.


Para la muy retadora tarea de hacer más clara la relación de las Áreas de Influencia de las etapas más de este extracto de mi vida, lo mostraré gráficamente de la siguiente manera:

Identificaré cada área de influencia con un color respectivo. Amarillo para las creencias e idiosincrasia, azul para la ciudad o lugar de residencia, naranja para el círculo personal y morado para la ocupación y el trabajo.

Una vez establecidas las Áreas de Influencia a analizar, dividiré lo que va de esta ínfima escala en el planeta Tierra en este viaje cósmico transdimensional llamado vida, en 5 etapas. Y a su vez, cada una de estas etapas está marcada por un Área de Influencia en específico que fue la más relevante por la influencia que ejerció sobre todas las demás Áreas durante dicha etapa.

  • “The Wonder Years”. Periodo entre los 0 años y mis 12 años de edad. Marcada por el Círculo Personal.

  • “AA (Adoleciente Adolescencia)”. De los 12 años a los 18. Marcada por el Círculo Personal.

  • “New Pig on the Block”. Entre mis 18 años y 25 años. Marcada por la Ciudad/Residencia.

  • “La Carrera de la Rata”. El periodo entre mis 25 y 36 años. Marcada por la Ocupación/Trabajo.

  • “La Resistencia”. De mis 36 años al presente. Marcada por la Ciudad/Residencia.

El paso de una etapa a la siguiente está dictado por una situación o acontecimiento derivado de la acción o influencia de algún agente perteneciente a las diferentes Áreas de Influencia. El grado de influencia ajena ejercido que ha dado como resultado el paso a la siguiente etapa estará mostrado con un medidor de influencia.


El medidor de influencia

Con las manecillas se mide el grado de influencia ajena que llevó al cambio de etapa. Yendo desde la influencia ajena absoluta hasta la influencia ajena nula.
Mediante los eslabones de color se muestra el Área de Influencia de la cual se desprendió las acciones o circunstancias que llevaron al cambio de etapa de vida.

La interacción entre las Áreas de Influencia se representará gráficamente de la siguiente manera:

Representación gráfica de la interacción entre Áreas de Influencia en cada etapa de vida.


El mapeo existencial se vería de la siguiente manera:


Conclusiones

Los caminos de nuestra vida no siempre están decididos por nosotros, de hecho me atrevería a decir que es imposible no partir de un destino predeterminado por alguien más, afortunadamente. Ya que nacemos no solo físicamente incapaces de muchas cosas, sino que además nuestra atrofia intelectual y del sentido común suele permanecer por mucho más tiempo del que querríamos aceptar; y en algunas áreas de influencia quizá jamás llegamos a superar, dependiendo de cada persona y sus circunstancias.

Yo no sé si el borreguismo y el pendejismo se pueda superar solo con un idealista ejercicio de aprender cagándola; pero para cagarla, al menos hay que pujar tantito. Con esto me refiero a que, para emprender el camino de las decisiones más propias que ajenas, es necesario atreverse a experimentar esa fría sensación de soledad que a veces da el tomar nuestras propias decisiones y sus consecuencias. Y es que, reitero, hay cierto arropamiento en la influencia, cierto cobijo de saber que la culpa de un fracaso, o un paso en falso, no depende totalmente de nosotros. Pero que puede convertirse en una pesada colcha con hedor a cobardía y conformismo.

No decidir, NO es decidir.

Personalmente creo que mantener el statu quo mediante la inacción podría considerarse una decisión, siempre y cuando se tenga la consciencia de la posibilidad de cambiarlo, y que, sin embargo, se haya optado libremente por mantenerlo; independientemente si esto es por miedo, conformismo, conveniencia o bien por sensatez. Si uno ni siquiera ve la posibilidad de cuestionarse su statu quo, mantenerlo no es una decisión, es simplemente inconsciencia. Pero una vez destapada la cloaca, ya no podemos ocultarnos en los reconfortantes brazos de la inconsciencia e ignorar la peste de nuestra prefabricada realidad. Así como al niño se le comienza a resquebrajar su frágil inocencia al ver accidentalmente a sus padres coger, así mismo, una vez caída la venda de nuestros ojos no podemos desver (sic) lo visto.

Jis

Intentando ser justo, debo decir que no todo depende únicamente de nuestra decisión. No todos podemos darnos el lujo de vivir en el lugar soñado, ni de tener el trabajo o la ocupación que, además de cubrir nuestras necesidades económicas, nos haga sentir realizados profesional e intelectualmente. Y ya no digamos el complejo panorama de poder llevar una relación de pareja satisfactoria en estos tiempos de aislamiento, alienación y de agendas esclavizantes. Y es que cada vez más el área de influencia que más rige nuestra vida no es ninguna de las antes analizadas, sino tristemente es el área de “es lo que hay”. Sobre todo en lugares con nula movilidad social, presos de espejismos como la meritocracia y donde soñar y decidir es un acto que provoca más ansiedad, comparaciones nocivas y desilusión; que motivación.

Pero antes de dejarnos encallar en la playa de la inmundicia con el alma seca de ilusiones y amargura, al darnos cuenta que a la vida le importa una verrugosa y choncha mierda lo que nosotros decidamos; creo que, al menos, podemos cuestionarnos con sinceridad si estamos conformes con el tramo del camino en el que estamos y a dónde nos está llevando, independientemente del grado de influencia externa que nos llevó a nuestro presente.

Al final nadie decide nacer esclavo, pero me gusta pensar que, al menos, tenemos una pequeña oportunidad para decidir dejar de serlo y redireccionar nuestras cadenas de decisiones, para ser Billies Eilishes en esta turbulenta carrera musical llamada vida.

6 respuestas a “Engañosa dama es doña Decisión

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  1. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si yo no salvo a mi circunstancia, ella no me salva a mi». Esta frase de Jose Ortega y Gasset resume mucho de tu disgresión. En Freakonomics, el autor postula que nada influye mas en una persona que su circulo de amigos en sus años formativos, porque es ahi donde compra su identidad cultural y actitud ante la vida. No es la ciudad, no es la colonia, no es la universidad, no es el numero de libros leidos, para desmayo de los padres. Y por ultimo Hegel, en su filosofia real, nos dice, claro algo intelegible, palabras mas palabras menos:

    Incensante es el esfuerzo por simplificar el trabajo, inventar nuevas maquinas, etc. pues la habilidad del singular es la posibilidad en que se basa el mantenimiento de su existencia y ademas esta se halla sometida a la completa maraña del acaso del todo. Por consiguiente toda una multitud queda condenada a los trabajos fabriles, manufactureros, mineros, etc. que son totalmente embotantes, insanos, peligrosos, y limitadores de habilidad, y ramos enteros de la industria que mantenian a un gran sector de gente, se cierran de golpe a causa de la moda o del abaratamiento por inventos en otros paises, etc abandonando a toda esa gente a la pobreza y el desvalimiento.

    Hace su aparicion el contraste entre opulencia y miseria, una pobreza que es imposible salir, la riqueza, como toda masa, se convierte en la fuerza. La acumulacion de riqueza se debe en parte a la casualidad, en parte a la generalidad de la distribucion, un punto atractivo de un tipo domina con su mirada el resto de lo general, concentra alrededor de si, como una masa atrae las masas menores, al que tiene se le da. El lucro se convierte en un complejo sistema, que pana por todas las partes de que no puede aprovecharse un negocio modesto, o la suprema abstraccion del trabajo se impone a tantos mas tipos singulares de trabajo y cobra unas dimensiones tanto mayores. Esta desigualdad entre la riqueza y la pobreza, esta miseria e ineluctiabilidad se convierte en el supremo desgarramiento de la voluntad, en resentimiento y odio.

    -No es de extrañarse que Hegel sea a la filosofia lo que Jesucristo a la Religión.

    saludos.

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  2. «Las grandes decisiones de la vida humana tienen como regla general mucho más que ver con los instintos y otros misteriosos factores inconscientes que con la voluntad consciente y bien el sentido de la razonabilidad» Carl Gustav Jung
    Muy buen articulo mi buen Rojo

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  3. Como me gustaría agregar una cita tan mamadora como las anteriores, pero me basta con la vieja confiable «no, ps ta cabron…..»
    abrazo mi Pecashhhh, muy buen articulo.

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